Para los revolucionarios de mi generación la palabra «empresario» tenía una connotación moral peyorativa. Los más viejos la asociaban con los patronos de la empresa del capitalismo, «la patronal», en el lenguaje sindical de la época; y también para los que vinimos después empresario se asociaba con los «bisneros» del período especial.
Nosotros estábamos por encima de todo eso: éramos los jóvenes cuadros de la Revolución de los obreros y los campesinos.
Pero después, y especialmente cuando el desarrollo científico-técnico demandó la creación de nuevas empresas (conozco algo el caso del sector de la biotecnología) nos tocó a nosotros mismos ser «empresarios».
Y eso hicimos: incorporamos nuevas empresas, estudiamos la competitividad de los nuevos productos, diseñamos estrategias comerciales de exportación, discutimos precios, gestionamos las finanzas, impulsamos el crecimiento de las utilidades, condujimos negociaciones, armamos empresas mixtas, y un largo etcétera, muy distinto a lo que hacíamos los científicos cuando estábamos en el sector presupuestado.
Fuimos «empresarios», pero todo lo hicimos desde el socialismo y por el socialismo. El carácter capitalista no está en las formas de gestión empresarial, que tienen componentes técnicos, sino en las formas de propiedad y de apropiación de los resultados del trabajo, cuya esencia es ideológica.
Así aprendimos a separar en nuestros conceptos y actitudes a «la empresa» como unidad económico-social que integra elementos humanos, materiales y técnicos en función de ofrecer bienes y servicios, y «la empresa capitalista», cuya función es extraer plusvalía para que se la apropien el dueño privado y sus accionistas.
Las empresas socialistas también deben generar ganancias, pero son empresas propiedad de todos y el producto del trabajo se distribuye para todos. Y para gestionarlas bien, en el socialismo necesitamos muchos y buenos empresarios.
Esta necesidad se nos ha hecho cada vez más evidente con el paso de las décadas. No es que veamos ahora cosas que no veíamos antes, es que la economía mundial cambió y la del siglo XXI no se parece a la del siglo XX, y menos aún a la del siglo XIX cuando se asentaron muchos de los conceptos clásicos de la teoría económica.
Mencionemos muy brevemente (un blog no es un libro de texto) dos fenómenos que lo cambian todo:
La globalización de la economía construye cada vez más interdependencias entre las economías de diferentes países, arma cadenas globales de valor y obliga a muchas empresas, aun a las más pequeñas, a pensar en mercados externos y competitividad global.
La creciente conexión entre la ciencia y la producción demanda mayor diversidad de productos, que son rápidamente remplazados por productos nuevos, incrementa el componente de los activos intangibles y la gestión del conocimiento en vida de las empresas y comienza a borrar la vieja separación entre el sector presupuestado y el sector empresarial. También demanda exploración de formas empresariales y de gestión nuevas, y audacia en decisiones cuyo impacto es poco predecible.
La industria gigante de procesos estandarizados y dirección vertical funcionó bien para la economía industrial del siglo XX, en el capitalismo y en el socialismo, pero se adapta mal a las producciones dinámicas y flexibles del siglo XXI.
Y entonces hacen falta empresas nuevas. La experiencia histórica muestra que las nuevas tecnologías suelen penetrar en la economía a través de empresas nuevas. No es una experiencia lejana. La biotecnología cubana (hoy BioCubaFarma) se armó con empresas que no existían en Cuba, en los años 70.
Estudios publicados más recientemente miden la «tasa de nacimiento» de las empresas en diferentes países y obtienen datos para muchos países (aunque variables de un país a otro) por encima de diez por ciento. Sin que esto sea una meta, sino solo una referencia, tenemos hoy en Cuba más de 1 800 empresas estatales: una tasa de natalidad de empresas de diez por ciento supondría la creación de 180 empresas estatales nuevas cada año. ¿Contamos con los empresarios para eso?
Tendremos que crear nuevas empresas como una vez creamos aceleradamente nuevas escuelas y nuevos hospitales. Es parte de la imprescindible construcción de institucionalidad en el proyecto social cubano.
Para seguir reforzando las conexiones entre la ciencia y la economía, muchas de las nuevas empresas tendrán que ser de base tecnológica, y tendrán que ser estatales. Las pequeñas empresas privadas (y este es una experiencia de muchos otros países) tienen un espacio en la economía, pero no suelen lanzar proyectos a largo plazo y tecnológicamente complejos, que impliquen competitividad a escala global y manejo de incertidumbres. Esas son funciones del Estado en la economía. La intensidad tecnológica de la producción y las exportaciones, determinará el balance óptimo entre propiedad privada y propiedad estatal. En esa economía de alta tecnología es donde mejor deben expresarse las ventajas del socialismo. Ampliaremos más esta idea la semana próxima.
Estamos viviendo en Cuba un momento de mucha creatividad en el contexto jurídico de nuestra economía. El ordenamiento jurídico abre oportunidades, pero después son las personas quienes tienen que conquistarlas.
Entonces necesitamos a muchos jóvenes que sean los empresarios de las empresas socialistas, y que se dispongan a aceptar los enormes desafíos a la inteligencia y a la voluntad que plantea la gestión de empresas en la era de la globalización y de la cuarta revolución industrial.
Serán personas profundamente comprometidas con Cuba y con su proyecto socialista de soberanía y justicia social; que tengan esa especial combinación de humildad personal y ambición intensa por el desarrollo de su organización (no por el enriquecimiento personal); que sepan al mismo tiempo preservar y comunicar los valores esenciales, pero también estimular el cambio y la experimentación; que sepan formular objetivos audaces y motivadores, pero al mismo tiempo construir procesos y exigir disciplina en los procesos y en el desempeño cotidiano. Profesionales que brillen «a través del brillo de sus colaboradores y alumnos», no del suyo propio. Líderes que dirijan con el ejemplo, pero también con su capacidad de comunicar, convencer, entusiasmar y movilizar la voluntad de la gente, y que construyan un ambiente empresarial en que cada trabajador sienta que crece cada día.
Tenemos jóvenes así, y no son pocos. Son la «arcilla fundamental de la obra» que apreció el Che Guevara desde su ensayo de 1965, El socialismo y el hombre en Cuba.
No es una consigna ni una ilusión: en BioCubaFarma hemos visto emerger a decenas, y pueden surgir más. Jóvenes empresarios del socialismo que saldrán del pueblo, para servir al pueblo.
Quienes se animen a enfrentar con dignidad el reto… «bienvenidos a bordo», la lucha continúa. (Tomado del blog De Pensamiento es la Guerra)
Tomado de http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2021-11-01/los-jovenes-empresarios-del-socialismo-en-cuba